El viernes por la tarde, Alexia alistó la maleta de viaje, introdujo en ella solo lo que necesitaba. Su viaje no era largo, pero le serviría para pensar bien la decisión que ya había tomado. Como la noche anterior, las lágrimas brotaron de sus ojos; como la noche anterior, el recuerdo del primer beso le recordó su breve historia de amor.
En el balcón, Giacomo contemplaba el gris firmamento; se buscaba a sí mismo en él, pero su preocupación bifurcaba ese pensamiento y se dividía en dos decisiones por tomar: abandonar los tormentos de su relación o acudir a ellos una última vez y vivir tormentosamente feliz.
Alexia viajaba, y la canción del adiós sonaba en sus oídos. Giacomo fumaba, y el poema del ayer pronunciaban sus labios. Era él para ella, era ella para él, pero nunca se dieron cuenta: jugaron a estar equivocados.
Pasaron cuarenta y tres años, Giacomo murió de cáncer, Alexia tuvo dos hijos. Sus ojos se pierden en una fotografía donde ella, sentada al lado de un joven Giacomo, sonríe y deja ver sus prominentes pero encantadores incisivos, era una de esas pocas sonrisas que dejaba escapar de manera natural.
¿Qué hubiera sucedido si aquel viernes dejaba la maleta e iba por él? - pensó.
La respuesta a su pregunta la expresó con sus arrugados labios: nunca hubiera muerto, aquel tormentoso pero sublime amor podía curar cualquier enfermedad, incluso el cáncer.
Encuentros con uno mismo; identificados en un cuento, un poema, una canción o una anécdota.
sábado, 30 de mayo de 2015
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