Hace muchísimos años atrás había una casita pequeña y de aspecto triste, en medio de un bosque y alejada del pueblo.
En ella vivía un hombre solitario, joven, trabajador y amante de la naturaleza,
llamado Bernardo.
En esos tiempos se podía ver a la luna
más grande que ahora y a Bernardo le encantaba salir todas las noches solo para
verla y escribirle poemas hermosos. El joven
imploraba todas las noches a la luna, pidiéndole se convierta en mujer y
así poder expresarle su amor de forma directa.
Una noche, la luna se apiadó de él y,
convertida en mujer, bajó hasta el hombre que se hallaba dormido en una silla,
afuera de su casa. Esa noche se tornó muy oscura y solo la casita del hombre se
hallaba iluminada con la belleza de la luna. El hombre despertó y se emocionó
al verla, ella asustada regresó a su lugar en el cielo.
Los días siguientes la luna bajaba sin
timidez, hasta que llegó el día en que Bernardo le pidió sea su novia, ella
aceptó y ambos fueron felices…
Pasados los días, la gente del pueblo
se dio cuenta que la causa de la oscuridad era porque la luna solo iluminaba la
casita del bosque. Enfurecidos, los pobladores fueron hasta la casa de
Bernardo, tomaron a la fuerza al joven, lo metieron en un ataúd de madera y lo
lanzaron al río; mientras la luna, asustada, fue lanzada por las iracundas
personas hacia el cielo, a una distancia más alejada de la que normalmente se
encontraba, y le advirtieron no volver a acercarse más a la casita del bosque.
Desde ese momento los pobladores
vieron más alejada a la luna y se sintieron tranquilos con su luz nocturna.
Algunos aseguran que en noches de oscuridad, la luna se ausenta para bajar a cualquier
río del mundo y buscar a su amado Bernardo, gritando clamorosamente: “Bernardo,
amado mío, te sigo esperando, vuelve conmigo”.